abril 25, 2012

El cuco igualitarista

(Posteado originalmente en Izquierda Jurídica)

Hay al menos dos razones para criticar la columna de Kaiser en El Mercurio de hoy [24 de abril] en la que critica el igualitarismo y, más aun, defiende la desigualdad. La primera es, que en virtud de su poca sofisticación, no requiere gran esfuerzo. La segunda es que, a pesar de lo anterior, es útil para precisar los compromisos del igualitarismo. Es, en resumen, algo así como un entrenamiento.

El primer argumento en contra de la igualdad que presenta es el dictum clásico nozickiano según el cual la libertad destruye cualquier configuración igualitaria impuesta en la sociedad. Y, desde luego, la libertad es el primer valor de la sociedad. Las respuestas igualitaristas son múltiples. La primera (que encontramos en Dworkin) es que no toda forma de libertad negativa (que es la que supone el argumento) merece respeto. Así ocurre, por ejemplo, con la libertad de agredir o explotar a otros. De la mano de esta réplica va la defensa de la libertad positiva como la forma de libertad realmente valiosa: la libertad negativa no puede ser suficiente ni siquiera para el libertario, en tanto su modelo de las relaciones entre individuos (el intercambio en el mercado) está comprometido al menos con la idea de igualdad de condiciones. Y desde luego, incluso esta igualdad formal puede ser desbaratada por ejercicios de libertad negativa.

El segundo argumento en contra del igualitarismo es la objeción clásica del ‘igualar hacia abajo’. El problema con esta objeción es que asume que la reducción de las diferencias materiales es un fin en sí mismo, y, además, que es el único fin perseguido por el igualitarismo. Pero ambas ideas son falsas. La reducción de las diferencias materiales puede razonablemente ser entendido (siguiendo a Parfit) solo como un medio para lograr un fin ulterior (sobre el que diré algo en un momento). Y, desde luego, la igualdad material no es el único fin perseguido por el igualitarismo (esto es claro en varios trabajos de Cohen).

El fin perseguido por el igualitarismo, entonces, no es solo ni primariamente la igualdad material, sino lograr una sociedad en que (para decirlo con Dworkin) todos sean tratados con igual consideración y respeto, y todos tengan la capacidad y las posibilidades de llevar adelante sus planes de vida. La igualdad material es solo un medio que puede contribuir a llegar a eso.

Por otro lado, buena parte de la columna se apoya en la idea según la cual los esfuerzos igualitaristas están motivados por la envidia. No estoy en posición de evaluar la idea en tanto hipótesis de psicología social, así que me limito a observar que la tesis parece espectacularmente implausible. Por lo demás, la exigencia mínima de caridad argumentativa sugeriría no recurrir a esa idea. (Del mismo modo, en la izquierda no debieran ser aceptables las caricaturas de los defensores de la desigualdad como meros explotadores sádicos y codiciosos. Sobre esto, tengo la impresión de que la caricaturización de la izquierda es más políticamente correcta que la de la derecha).

Afirma también la columna que “[l]os resultados del mercado no se siguen de voluntad singular alguna y, por tanto, no pueden ser calificados de injustos. (No cabe la aplicación de enunciados éticos a fenómenos de naturaleza espontánea)”. Aquí hay dos problemas. El primero es que la idea según la cual no se puede juzgar éticamente un estado de cosas que no se deba a una voluntad singular es, nuevamente, implausible, y supone descartar como inaceptable todo elemento consecuencialista de la moral. Sin embargo, no es necesario demostrar la falsedad de esa idea, pues el problema real con la cita es la consecuencia que pretende sacar, a saber, que no es aceptable perseguir la correción de un estado de cosas desigual. Esto simplemente no se sigue. Que no se pueda reprochar a nadie en particular por las desigualdades nada dice respecto del valor de tender a corregirlas a pesar de que no hayan sido causadas por nadie en particular.

También es falsa la idea según la cual “la desigualdad material resultante [en un mercado ideal]  tiene necesariamente su origen en: a) decisiones individuales libres motivadas por la búsqueda del propio interés y, b) el beneficio que, en ese marco, quienes poseen más han generado a quienes poseen menos”. (a) pasa por alto el hecho de muchas desigualdades se deben a hechos que no dependen de decisiones individuales, como la lotería natural y la valoración de los talentos en el mercado. (b), en tanto, es falso pues pasa por alto el hecho de que las ventajas y desventajas se heredan.

En general, y para concluir, el igualitarismo criticado en la columna es una caricatura, fiel al cuco hayekiano según la cual las ideas igualitaristas llevan inevitablemente a “a la tiranía y la miseria”.

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abril 14, 2012

El aborto no es un bien


A falta de un posteo propio criticando la ceguera de los y las liberales que limitan su discurso a una defensa del aborto (invocando derechos sobre el cuerpo o los planes de vida), dejo aquí una cita que llama la atención sobre el hecho --obvio, creería uno-- de que aunque la criminalización absoluta del aborto sea tiránica, el aborto mismo no es un bien, y que la lucha por su legalización es la lucha por la eliminación de una enorme injusticia (un esfuerzo, en ese sentido, negativo) que no debe nublar la necesidad de complementarlos con esfuerzos (positivos) orientados a la obtención de los ideales de igualdad y justicia:
“Evidentemente aborrezco otras cosas más de lo que aborrezco el aborto. Cuáles sean estas cosas no es algo original, pero es importante especificarlas. Las leyes injustas, por ejemplo; en este caso, las que discriminan contra los pobres y los iletrados y los abandonados. Y, por ejemplo, los hechos de hijos no deseados o descuidados. Que el aborto legal sea una alternativa a las leyes injustas y los hijos descuidados es una cuestión no de buena lógica sino de malas instituciones. Si, para empezar, la sociedad estuviera organizada de tal manera que adoptar un niño no fuera más difícil de causar que tener un niño; y que los niños fueran adoptados solo por personas que los seguirán queriendo y que los cuidarán, y que hubiera suficientes tales personas para cuidar a todos los niños que los necesitaran, y que uno supiera cómo distinguir quiénes son estas personas; y que cualquier pizca de vergüenza o discriminación asociada a la ilegitimidad de un niño o al hecho de la maternidad sin matrimonio o a los padres que den a su bebés en adopción fuera ella misma vergonzosa; y, suponiendo que se sepa que la anticoncepción no produce daño físico a quienes la practiquen, que fuera practicada de manera consciente; y que a las mujeres se les proveyera ayuda especialista y amigable durante el embarazo y el padre tuviera derecho, con la madre, a licencia del trabajo, de manera que fuera necesario autorizar el aborto, y que siempre lo fuera, solo si hubiera riesgo físico o psicológico grave y cierto para la madre (el riesgo psicológico debería debería a estas alturas estar limitado al terror del embarazo y parto mismos); entonces mi liberalismo sobre el asunto del aborto se apagaría, my aborrecimiento del aborto podría flocerer […] El resultado de estas consideraciones es que la discusión sobre el aborto, en cuanto tenga base en el estatus del embrión humano, no solo no puede sino que no debe ganarse. El aborto voluntario es menos malo que su criminalización; pero no por ello está bien. Mientras más terrible lo considere uno, más terrible debería considerarse el juicio que hace a la sociedad. Es una huella del fracaso social, similar a la existencia de las cárceles” -- Stanley Cavell, The Claim of Reason, pp. 374-375 (mis énfasis).
 


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Que el aborto no es un bien es lo que hace cómica a esta parodia de The Onion (que un buen número de conservadores pensó que se trataba de una noticia real).