(Posteado originalmente en Izquierda Jurídica)
Hay al menos dos razones para criticar la columna de Kaiser en El Mercurio
de hoy [24 de abril] en la que critica el igualitarismo y, más aun, defiende la
desigualdad. La primera es, que en virtud de su poca sofisticación, no
requiere gran esfuerzo. La segunda es que, a pesar de lo anterior, es
útil para precisar los compromisos del igualitarismo. Es, en resumen,
algo así como un entrenamiento.
El primer argumento en contra de la igualdad que presenta es el dictum
clásico nozickiano según el cual la libertad destruye cualquier
configuración igualitaria impuesta en la sociedad. Y, desde luego, la
libertad es el primer valor de la sociedad. Las respuestas
igualitaristas son múltiples. La primera (que encontramos en Dworkin) es
que no toda forma de libertad negativa (que es la que supone el
argumento) merece respeto. Así ocurre, por ejemplo, con la libertad de
agredir o explotar a otros. De la mano de esta réplica va la defensa de
la libertad positiva como la forma de libertad realmente valiosa: la
libertad negativa no puede ser suficiente ni siquiera para el
libertario, en tanto su modelo de las relaciones entre individuos (el
intercambio en el mercado) está comprometido al menos con la idea de
igualdad de condiciones. Y desde luego, incluso esta igualdad formal
puede ser desbaratada por ejercicios de libertad negativa.
El segundo argumento en contra del igualitarismo es la objeción
clásica del ‘igualar hacia abajo’. El problema con esta objeción es que
asume que la reducción de las diferencias materiales es un fin en sí
mismo, y, además, que es el único fin perseguido por el
igualitarismo. Pero ambas ideas son falsas. La reducción de las
diferencias materiales puede razonablemente ser entendido (siguiendo a
Parfit) solo como un medio para lograr un fin ulterior (sobre el que
diré algo en un momento). Y, desde luego, la igualdad material no es el
único fin perseguido por el igualitarismo (esto es claro en varios
trabajos de Cohen).
El fin perseguido por el igualitarismo, entonces, no es solo ni
primariamente la igualdad material, sino lograr una sociedad en que
(para decirlo con Dworkin) todos sean tratados con igual consideración y
respeto, y todos tengan la capacidad y las posibilidades de llevar
adelante sus planes de vida. La igualdad material es solo un medio que puede contribuir a llegar a eso.
Por otro lado, buena parte de la columna se apoya en la idea según la
cual los esfuerzos igualitaristas están motivados por la envidia. No
estoy en posición de evaluar la idea en tanto hipótesis de psicología
social, así que me limito a observar que la tesis parece
espectacularmente implausible. Por lo demás, la exigencia mínima de
caridad argumentativa sugeriría no recurrir a esa idea. (Del mismo modo,
en la izquierda no debieran ser aceptables las caricaturas de los
defensores de la desigualdad como meros explotadores sádicos y
codiciosos. Sobre esto, tengo la impresión de que la caricaturización de
la izquierda es más políticamente correcta que la de la derecha).
Afirma también la columna que “[l]os resultados del mercado no se
siguen de voluntad singular alguna y, por tanto, no pueden ser
calificados de injustos. (No cabe la aplicación de enunciados éticos a
fenómenos de naturaleza espontánea)”. Aquí hay dos problemas. El primero
es que la idea según la cual no se puede juzgar éticamente un estado de
cosas que no se deba a una voluntad singular es, nuevamente,
implausible, y supone descartar como inaceptable todo elemento
consecuencialista de la moral. Sin embargo, no es necesario demostrar la
falsedad de esa idea, pues el problema real con la cita es la
consecuencia que pretende sacar, a saber, que no es aceptable perseguir
la correción de un estado de cosas desigual. Esto simplemente no se
sigue. Que no se pueda reprochar a nadie en particular por las
desigualdades nada dice respecto del valor de tender a corregirlas a
pesar de que no hayan sido causadas por nadie en particular.
También es falsa la idea según la cual “la desigualdad material
resultante [en un mercado ideal] tiene necesariamente su origen en: a)
decisiones individuales libres motivadas por la búsqueda del propio
interés y, b) el beneficio que, en ese marco, quienes poseen más han
generado a quienes poseen menos”. (a) pasa por alto el hecho de muchas
desigualdades se deben a hechos que no dependen de decisiones
individuales, como la lotería natural y la valoración de los talentos en
el mercado. (b), en tanto, es falso pues pasa por alto el hecho de que
las ventajas y desventajas se heredan.
En general, y para concluir, el igualitarismo criticado en la columna
es una caricatura, fiel al cuco hayekiano según la cual las ideas
igualitaristas llevan inevitablemente a “a la tiranía y la miseria”.
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