junio 04, 2009

Ley de Vile sobre el arte de hacer cola

Me gustaría comenzar estos comentarios sobre la ciudadanía, derechos y demases recordando el día que me inscribí para votar (si, porque en Chile hay que inscribirse para tener derecho a sufragio y, una vez inscrito, se está obligado a ejercerlo). Fue en el 2005 cuando tenía 22 años (es todo un tema el mío, soy un poco lento, aprendí a andar en bicicleta a los 18 años) por ningún motivo en especial, como buen joven chileno, no creo mucho en las elites políticas del país.
Recuerdo que fui entremedio de dos horas de clases al Registro Electoral de Santiago, comuna donde vivía en ese entonces. Es interesante lo que pasa en esa comuna, pues, por ser el centro histórico de la capital del país están inscritos en ella todas las “grandes figuras” de la política chilena (Lagos, Piñera, etc.), pero ninguna de esas figuras vive realmente allí, todos viven en Las Condes, Vitacura o la Dehesa, en el “barrio alto”, tranquilamente, sin mezclarse con la chusma (excepto, claro, día de las elecciones, donde todos los canales de televisión los esperan afuera del INSUCO), pero igualmente votan para elegir a los representantes y gobernantes de ella. La cosa es que cuando llegué había una cola de unas veinte personas, lo que significaba esperar alrededor de una hora (desincentivando aún más las ganas de inscribirse para votar), así que agarré el libro con el que andaba y me preparé a esperar.
Al rato llegan tres tipos vestidos con pantalones negros, camisa blanca y corbata, peinados con gel (el típico hombre happy hour), pasan junto a mi, y caminan por el lado de la fila en dirección a la oficina del Registro. Uno de ellos entra a ella (la oficina era pequeñísima, al parecer preparada para la ocasión), se escuchan unas risas y sale, los otros dos hacen una cola (paralela a la original) afuera de la puerta y van pasando de a uno. La cosa es que se inscribieron antes que todos los demás que estábamos haciendo la fila de hace rato (recuerdo una pareja que andaba con un bebé a los cuales no les permitieron pasar antes). Realmente me indignó en ese momento ver como, incluso cuando uno va a inscribirse para votar, para ejercer el derecho más simbólicamente democrático (si, el famoso voto igual), el amiguismo y el favoritismo salen victoriosos, hoy en día lo veo con humor. Cero cabida a la igualdad. Así en Chile, cuando uno hace una cola, el de adelante está a la defensiva esperando a que intentes quitarle el puesto, mientras ve como llegan amigos del que atiende y pasan.
Algo parecido me pasó hace unos días. La Corte Interamericana sesionaba en Santiago, en el edificio del antiguo Congreso Nacional. Días antes entré a la página web de la Corte y me inscribí llenando un formulario de acceso público (que esta disponible cada vez que la Corte sesiona, por lo que he podio ver). Me llegó un mail con la invitación, la cual debía imprimir y presentar al entrar a la audiencia. En fin, hice todos esos trámites, iba por calle Compañía con mi invitación en el morral y al llegar veo una inmensa fila de personas de manera "formal" (ternos y vestidos). Al acercarme vi a dos amigos de la universidad, las únicas dos personas aparte de mí que no estaban vestidas de traje. Me acerqué a ellos y me contaron que estaban ahí hace un rato y no los habían dejado entrar, pero sí habían permitido el acceso a unas treinta personas “formales” que habían llegado después de ellos, pero que venían con un “profesor” de no sé cuál Universidad. El carabinero de la puerta ni se inmutaba ante las preguntas que les hacíamos. Después nos dijo que fuéramos a la otra entrada, donde seguro nos dejaban entrar.
Caminamos rápidamente, pues la audiencia estaba por empezar y, al llegar, un carabinero estaba cerrando la puerta para cerrar paso, puerta que recientemente había abierto para dejar entrar a un hombre mayor que nosotros que andaba de terno y que no había mostrado invitación. Nos dijeron que no podíamos entrar si no mostrábamos identificación. Todo esto mientras entraban otras personas que venían de la Universidad Arcis (salió alguien desde a dentro a reconocerlos –“este, este y este pueden entrar”). En ese momento descubrimos que había que estar en una lista de alguna de las universidades para poder ingresar. Finalmente, después de una espera más o menos tensa, llegó un carabinero de mayor rango que, ante nuestros alegatos de discriminación, nos dejó entrar. Hasta el momento éramos las únicas personas, de las que yo había visto, que andaban con la invitación impresa.
Al llegar al hall del edificio, mostramos nuestras invitaciones y nos dijeron que no estábamos en las listas. Le dije a la persona que atendía que ya en la entrada al edificio habíamos sido víctimas de una discriminación por edad, por vestimenta y por no pertenecer a una institución. Ella quedó un poco confundida ante mis palabras (“derechos”, “discriminación”, - lo prometo, dichas con calma) y me dijo que la organización no sabía que existía el sistema de inscripción pública de la Corte, claro, en Chile solo se puede llegar al final de una cola estando en una lista o siendo amigo del que atiende. Ni siquiera la inscripción al Registro Electoral, ni una audiencia de la Corte Interamericana se salvan.
(a Cona y Pablo)