noviembre 30, 2009

Stazione dell’arte de Maria Lai. Estar en las montañas de Sardegna.





Sardegna es más que la zona norte, la costa Esmeralda tan publicitada por las fiestas de Berlusconi. Sardegna es una mezcla singular entre mar y montañas áridas, de piedra, mármol y verde. No se me ocurre como compartir la impresión que dejaron en mí las inmensas montañas rocosas y verdes de la región de Ogliastra. Quizá más impactante aún puede ser encontrar en medio de ellas la “Stazione dell’arte”. Una galería en medio de los arbustos y rocas que alberga la obra de Maria Lai, artista visual cuya obra era completamente desconocida para mí. Su trabajo se sostiene en la tela, hilo y materias primas de su tierra sarda como la oliva, o simplemente la arena. Destaca su gesto onírico, su gesto de fantasía que no significa inconsciencia del mundo sino, por el contrario, un gesto de responsabilidad política y memoria. Libros de cuentos hechos a mano, escenas sacras, un video del pueblo de Ulassai tejida con hilos por sus propios habitantes son parte del patrimonio que guarda la Stazione. Una especial referencia a Gramsci –tan sardo como Maria Lai- en la dedicatoria de cuadros y también como inspiración de su obra escultórica. En medio de la Stazione encontramos el cuento que Gramsci relata a Delio en una carta a Julia Schucht fechada el 1 de Junio de 1931 desde la cárcel de Turín que ahora transcribo para compartir. Puede ser que esa escultura tocó lo que queda de mi ilusión infantil o lo que hay de proyección maternal, posiblemente más lo segundo. Bien vale la pena contar cuentos que permiten pensar y abren la posibilidad de crear alguna conciencia de lo que puede valer estar juntos o como lo ve el pueblo sardo hoy en día, la necesidad de cuidar la tierra que habitamos.
Querría contar a Delio un cuento de mi tierra que me parece interesante. Te lo resumo y tú se lo cuentas a él y a Giuliano. Un niño está durmiendo. Hay una jarrita de leche dispuesta para cuando se despierte. Un ratón se bebe la leche. El niño, al no encontrarla, grita, y su madre grita también. El ratón, desesperado, se da de cabezadas con la pared, pero luego se da cuenta de que eso no sirve para nada y corre a pedirle leche a la cabra. La cabra está dispuesta a darle leche si él le da hierba para comer. El ratón se va a ver al campo a pedirle hierba, y el campo árido quiere agua. El ratón se va a la fuente. Pero la fuente está destruida por la guerra y el agua se pierde: quiere que acuda el albañil a arreglarla. El ratón se va a ver al albañil; éste quiere piedras. El ratón se va a la montaña y entonces se desarrolla un diálogo sublime entre el ratón y la montaña, la cual ha sido desarbolada por los especuladores y muestra por todas partes sus huesos sin tierra. El ratón le cuenta toda la historia y promete que el niño, cuando sea mayor, volverá a plantar pinos, encinas, castaños, etc.
De este modo la montaña le da las piedras, etc., y el niño tiene tanta leche que se lava con ella. Crece, planta los árboles, y todo cambia; desaparecen los huesos de la montaña, cubiertos por un nuevo humus, la precipitación atmosférica vuelve a ser regular porque los árboles retienen los vapores e impiden a los torrentes que desnuden la llanura, etc. Es un cuento característico de una tierra arruinada por la explotación especulativa de los bosques. CARTA A JULIA SCHUCHT [Cárcel de Turín, 1-VI-1931; L. C. 440-441]

noviembre 13, 2009

La moneda contractualista

Una de las teorías de Derecho Penal que más ha dado de hablar en la última década (si bien tiene sus primeras expresiones en el siglo pasado) es la del denominado Derecho Penal del Enemigo desarrollada por Günther Jakobs, la que usualmente se vincula con la tendencia a aumentar las facultades punitivas de los Estados y a disminuir los derechos de los individuos en pro de la “seguridad de los ciudadanos”.
Más allá de su alcance policial, una de las cosas más interesantes de la propuesta de Jakobs es que gran parte de su argumentación se centra en demostrar que la teoría contractualista, importante antecedente de la comprensión que tenemos del Estado de Derecho, desde siempre ha tenido algo así como un derecho penal del enemigo dentro de su lógica. Esto parece para muchos contraintuitivo (¡¿Kant pensando en un derecho penal del enemigo?!), pero aquí deseo señalar que la lectura no es tan descabellada, esto porque el contractualismo, como una moneda, tiene dos caras que lo forman.
Una primera cara, y es la que ha sido rescatada en el siglo XX por Rawls por ejemplo, señala que la importancia del estado de naturaleza está en que parte de una igualdad entre todos los individuos humanos que fundaría la política (haría necesaria la comunidad político-jurídica). En este sentido el contractualismo se dirige contra la idea de que existen personas que tienen más derechos que otros (como los nobles). Así, la igualdad liberal tendría una explicación filosófica fuerte y no se pueden, en principio, justificar razones para la existencia de grupos privilegiados.
Una segunda cara (analizada por Foucault en Defender la Sociedad clase del 4 de Febrero de 1976) es la de la unidad. Esto es, el contractualismo nace como una reacción en contra de las divisiones sociales existentes por las luchas entre los diferentes grupos de poder (los nobles nuevamente, que cuestionan la autoridad del rey). En este sentido, el reconocimiento de todos como previamente iguales, tiene su correlato en que finalmente debe existir (en el estado político) un poder fuerte que los una a todos y al cual no se le pueda contrariar, pues es el único aseguramiento posible de esta igualdad y de la posibilidad del libre desarrollo.
De este modo, si comparamos la propuesta de Jakobs con la primera cara de la moneda, pareciera ser que el derecho penal del enemigo iría en contra de la igualdad liberal-contractualista que obliga a proteger a todos los hombres por igual, pero cuando nos detenemos en la segunda cara, nos encontramos con una unidad brutal, personificada, y que no puede contrariarse sin ser considerado un enemigo. Esta cara olvidada, y que considera la separación de los individuos entre sí y entre estos y el Estado, pareciera quedarle más cómoda.
Que el Estado liberal se define en contra de otros modelos (que pueden ser representados incluso por algunos de los miembros que están bajo se jurisdicción), con los que podría estar dispuesto a hacer la guerra, es algo a lo que Schmitt ya se habría referido y es algo que en Hegel no cabe fácilmente, debido a que su propuesta del Estado como realización de la libertad (tanto de la individualidad profunda de cada uno como de un derecho abstracto basado en el reconocimiento de los individuos como personas), no permite una existencia de enemigos como los concibe Jakobs. Jakobs no cita ni a Schmitt, ni a Hegel.