noviembre 30, 2009

Stazione dell’arte de Maria Lai. Estar en las montañas de Sardegna.





Sardegna es más que la zona norte, la costa Esmeralda tan publicitada por las fiestas de Berlusconi. Sardegna es una mezcla singular entre mar y montañas áridas, de piedra, mármol y verde. No se me ocurre como compartir la impresión que dejaron en mí las inmensas montañas rocosas y verdes de la región de Ogliastra. Quizá más impactante aún puede ser encontrar en medio de ellas la “Stazione dell’arte”. Una galería en medio de los arbustos y rocas que alberga la obra de Maria Lai, artista visual cuya obra era completamente desconocida para mí. Su trabajo se sostiene en la tela, hilo y materias primas de su tierra sarda como la oliva, o simplemente la arena. Destaca su gesto onírico, su gesto de fantasía que no significa inconsciencia del mundo sino, por el contrario, un gesto de responsabilidad política y memoria. Libros de cuentos hechos a mano, escenas sacras, un video del pueblo de Ulassai tejida con hilos por sus propios habitantes son parte del patrimonio que guarda la Stazione. Una especial referencia a Gramsci –tan sardo como Maria Lai- en la dedicatoria de cuadros y también como inspiración de su obra escultórica. En medio de la Stazione encontramos el cuento que Gramsci relata a Delio en una carta a Julia Schucht fechada el 1 de Junio de 1931 desde la cárcel de Turín que ahora transcribo para compartir. Puede ser que esa escultura tocó lo que queda de mi ilusión infantil o lo que hay de proyección maternal, posiblemente más lo segundo. Bien vale la pena contar cuentos que permiten pensar y abren la posibilidad de crear alguna conciencia de lo que puede valer estar juntos o como lo ve el pueblo sardo hoy en día, la necesidad de cuidar la tierra que habitamos.
Querría contar a Delio un cuento de mi tierra que me parece interesante. Te lo resumo y tú se lo cuentas a él y a Giuliano. Un niño está durmiendo. Hay una jarrita de leche dispuesta para cuando se despierte. Un ratón se bebe la leche. El niño, al no encontrarla, grita, y su madre grita también. El ratón, desesperado, se da de cabezadas con la pared, pero luego se da cuenta de que eso no sirve para nada y corre a pedirle leche a la cabra. La cabra está dispuesta a darle leche si él le da hierba para comer. El ratón se va a ver al campo a pedirle hierba, y el campo árido quiere agua. El ratón se va a la fuente. Pero la fuente está destruida por la guerra y el agua se pierde: quiere que acuda el albañil a arreglarla. El ratón se va a ver al albañil; éste quiere piedras. El ratón se va a la montaña y entonces se desarrolla un diálogo sublime entre el ratón y la montaña, la cual ha sido desarbolada por los especuladores y muestra por todas partes sus huesos sin tierra. El ratón le cuenta toda la historia y promete que el niño, cuando sea mayor, volverá a plantar pinos, encinas, castaños, etc.
De este modo la montaña le da las piedras, etc., y el niño tiene tanta leche que se lava con ella. Crece, planta los árboles, y todo cambia; desaparecen los huesos de la montaña, cubiertos por un nuevo humus, la precipitación atmosférica vuelve a ser regular porque los árboles retienen los vapores e impiden a los torrentes que desnuden la llanura, etc. Es un cuento característico de una tierra arruinada por la explotación especulativa de los bosques. CARTA A JULIA SCHUCHT [Cárcel de Turín, 1-VI-1931; L. C. 440-441]

noviembre 13, 2009

La moneda contractualista

Una de las teorías de Derecho Penal que más ha dado de hablar en la última década (si bien tiene sus primeras expresiones en el siglo pasado) es la del denominado Derecho Penal del Enemigo desarrollada por Günther Jakobs, la que usualmente se vincula con la tendencia a aumentar las facultades punitivas de los Estados y a disminuir los derechos de los individuos en pro de la “seguridad de los ciudadanos”.
Más allá de su alcance policial, una de las cosas más interesantes de la propuesta de Jakobs es que gran parte de su argumentación se centra en demostrar que la teoría contractualista, importante antecedente de la comprensión que tenemos del Estado de Derecho, desde siempre ha tenido algo así como un derecho penal del enemigo dentro de su lógica. Esto parece para muchos contraintuitivo (¡¿Kant pensando en un derecho penal del enemigo?!), pero aquí deseo señalar que la lectura no es tan descabellada, esto porque el contractualismo, como una moneda, tiene dos caras que lo forman.
Una primera cara, y es la que ha sido rescatada en el siglo XX por Rawls por ejemplo, señala que la importancia del estado de naturaleza está en que parte de una igualdad entre todos los individuos humanos que fundaría la política (haría necesaria la comunidad político-jurídica). En este sentido el contractualismo se dirige contra la idea de que existen personas que tienen más derechos que otros (como los nobles). Así, la igualdad liberal tendría una explicación filosófica fuerte y no se pueden, en principio, justificar razones para la existencia de grupos privilegiados.
Una segunda cara (analizada por Foucault en Defender la Sociedad clase del 4 de Febrero de 1976) es la de la unidad. Esto es, el contractualismo nace como una reacción en contra de las divisiones sociales existentes por las luchas entre los diferentes grupos de poder (los nobles nuevamente, que cuestionan la autoridad del rey). En este sentido, el reconocimiento de todos como previamente iguales, tiene su correlato en que finalmente debe existir (en el estado político) un poder fuerte que los una a todos y al cual no se le pueda contrariar, pues es el único aseguramiento posible de esta igualdad y de la posibilidad del libre desarrollo.
De este modo, si comparamos la propuesta de Jakobs con la primera cara de la moneda, pareciera ser que el derecho penal del enemigo iría en contra de la igualdad liberal-contractualista que obliga a proteger a todos los hombres por igual, pero cuando nos detenemos en la segunda cara, nos encontramos con una unidad brutal, personificada, y que no puede contrariarse sin ser considerado un enemigo. Esta cara olvidada, y que considera la separación de los individuos entre sí y entre estos y el Estado, pareciera quedarle más cómoda.
Que el Estado liberal se define en contra de otros modelos (que pueden ser representados incluso por algunos de los miembros que están bajo se jurisdicción), con los que podría estar dispuesto a hacer la guerra, es algo a lo que Schmitt ya se habría referido y es algo que en Hegel no cabe fácilmente, debido a que su propuesta del Estado como realización de la libertad (tanto de la individualidad profunda de cada uno como de un derecho abstracto basado en el reconocimiento de los individuos como personas), no permite una existencia de enemigos como los concibe Jakobs. Jakobs no cita ni a Schmitt, ni a Hegel.

octubre 11, 2009

Una metafísica de la política

Hegel, Carl Schmitt. Lo político: entre especulación y positividad. Jean-François Kervegan. Alejandro García Mayo traductor. Escolar y mayo editores, 2007, Madrid 343 págs.
....lo que tiene Hegel es una metafísica que es una política. Hegel, desde joven quiere ver hasta qué punto el concepto llega a ser real, en qué sentido llega a ser una intromisión en el mundo y no mera especulación abstracta, su crítica a los otros románticos…. tenía claro que lo suyo era una metafísica pero lo que es más importante para poder considerar a Hegel bajo la lupa de los juristas es que además su metafísica es de sesgo político y no elude el hecho sino que más bien lo justifica. Lo que significa que lo político también es algo ineluctable tanto para Hegel como para Schmitt. Schmitt propone una metafísica que no termina con el cierre dialéctico, movimiento lógico propuesto por Hegel, no puede ser una negación reflexiva sino una positividad. No va más allá de la positividad pues elude la dialéctica, porque el acto de la decisión es positivo y no requiere un tipo de fundamentación reflexiva ni la búsqueda de la sustancia más allá del acto mismo de decidir. Hegel ya propuso la superación de los dualismos, su sistema es el intento de superar el dualismo kantiano haciendo vivir lo mismo y lo otro en la idea, lo que significa que “únicamente una identidad políticamente mediatizada por su otro, el pluralismo social, es conforme el principio de la vida ética moderna, la libertad objetivada según la universalidad”[1]. Pero es ese mismo movimiento el que a la vez lo acerca y lo aleja del pensamiento de Schmitt, en quien encontramos al jurista, al político que igualmente no elude sino que busca la metafísica. En palabras de J-F. Kervegan la visión decisionista de Schmitt es “…igualmente una metafísica de la positividad”[2] con esto se destaca el paso metodológico. Hegel es necesario, aún con las ambigüedades que le atribuye, necesario pero para el interés schmittiano no basta. El cierre dialéctico lo justifica todo hasta el punto de hacer pasar por mera accidentalidad la excepción, borrando su carácter de origen. La dialéctica oculta el “o bien…o bien” de la decisión, pasa más allá de la positividad para negar poniendo, lo que complica y no deja lugar al dualismo. Pero la ambigüedad de Hegel que es la dialéctica hace de él a la vez “el filósofo más grande”. Si bien para Schmitt es importante metodológicamente mantener los dualismos su razón es propiamente que en dicha tensión se justifica con mayor fuerza el deber de Estado, el mantener la unidad (lo bueno es la unidad dice Schmitt en un texto de 1951 La unidad del mundo[3]), unidad que para Hegel es la efectuación de la esencia ética.
Sin embargo pese al interés por la unidad efectuada en el Estado, Hegel no considera la excepcionalidad ni como origen, ni como fundamento, aun cuando podamos reconocer en la filosofía hegeliana la consideración del error, de aquellos hechos que no manifiestan la forma o esencia ética. La excepción no es lo fundamental, lo político es sustancial, la esencia ética, es sustancia ética como lo quiso también Aristóteles. Schmitt no puede situarse en la sustancia pues ella no daría lugar al carácter excepcional del acto de decisión pues “lo político no tiene sustancia designa solamente la potencia conflictiva inherente a las prácticas humanas. No localizable lo político es en potencia omnipresente”[4]. Un pensamiento sustancial de lo político implica encauzar la excepción lo que es hacerla racional, quitarle el carácter propio de excepción. Schmitt quiere ir contra el positivismo formal, contra la abstracción de la norma, pero no quiere acabar con el dualismo pues es el fundamento de su visión política, sacar la tensión para colocar la justificación racional quita el valor del evento. Su cercanía con Hegel es más un aire de familia, es más un interés por la unidad antes que tomar de él todos los pasos dados que conllevan una visión more liberal. Pues si bien al pensar en el liberalismo de Hegel debemos recordar el paso por la sociedad civil no debemos olvidar que es un paso que intenta superar mediaciones para llegar a lo que es realmente el momento culmine de la vida ética, el Estado, aquello que comporta unidad. Un análisis de los escritos juveniles de Hegel nos puede mostrar las tensiones aún no superadas plenamente, el dualismo, factor interesante para Schmitt; pero, aunque encontremos antecedentes de dualismo no podemos olvidar que ya en dichos escritos se encuentran lo que será el desarrollo lógico de la mediación y superación (Aufhebung) retomado por la filosofía del derecho. Aufhebung que difiere de la complexio oppositorum schmittiana.
[1] KERVEGAN op. Cit. p316
[2] Ibid. p 326
[3] SCHMITT, C. La Unidad del mundo conferencia pronunciada en la Universidad de Murcia 1950-51. Murcia, Universidad de Murcia, 1951.
[4] KERVEGAN op. Cit. p 322
Extracto de reseña publicada en Revista Res Publica nº21 año 2009. Texto completo en

agosto 31, 2009

Legislación y límites

Durante este mes, se reabrió en Chile el debate sobre la pena de muerte, es mas, existió una propuesta de la diputada Lily Pérez, apoyada por otros diputados, de reestablecerla en la legislación chilena. Al parecer, surge como una reacción ante el horrible crimen ocurrido contra una niña de 5 años (violada, golpeada y asesinada por un adulto).

En una carta enviada a El Mercurio (7 de Agosto de 2009) la diputada defiende su propuesta con variados argumentos. Quiero revisar algunos de ellos.
1. “Existe un alto porcentaje de reincidencia en quienes cometen los crímenes más atroces, donde no podemos hablar de mentes sanas”. En primer lugar, podemos preguntarnos si no existen otras formas de evitar la reincidencia. Hay que tener en cuenta que el ius puniendi reconoce en su aplicación el principio de proporcionalidad que incluye los juicios de idoneidad, necesidad y proporcionalidad estricta, difíciles de fundamentar en la aplicación de la pena de muerte. En segundo lugar, me parece absolutamente inadmisible fundamentar un castigo en no tener “una mente sana” (qué diría Foucault!), parece más razonable asistir médicamente a quien no esta “sano” y no, simplemente matarle por el potencial peligro de que cometa otro crimen horrible.
2. “Existe un fracaso de la ley y de los planes de rehabilitación”. En primer lugar, no queda muy claro si se está refiriendo a la ley que derogó la pena de muerte o a la legislación en general. Siendo cualquiera de las dos uno podría preguntarse si los planes de rehabilitación llegan a quienes cometen estos delitos, antes de que los cometan (en el caso en cuestión, el imputado solo había sido condenado por un asalto previamente, quizás ya había sido “rehabilitado” por ello). Por otra parte, si bien es bastante dudosa la rehabilitación como fin de la pena, no parece razonable pensar que por ello se deba aplicar la pena de muerte antes de replantearse la forma en que se rehabilita a las personas y las oportunidades reales que se les dan (ver, por ejemplo, el informe de la Fiscal Maldonado al respecto).
La diputada da un par de argumentos más: 3. que las principales potencias mundiales aún contemplan la pena de muerte y 4. que como mujer y madre se pone en el lugar de quienes han sufrido pérdidas por esos delitos y que el Estado debería legislar por ellos. No los comento por ahora.
Cabe considerar que el debate y la reflexión que, en teoría, lleva detrás la legislación no solo debería representar el sentir inmediato de un grupo de la ciudadanía, sino que también los valores que se desarrollan dentro de la comunidad, así como reflejar sus aprendizajes a lo largo de la historia. Una cosa es la reacción personal ante un hecho atroz y otra es la reacción de la legislación. En este sentido, al legislar debe aparecer la pregunta de hasta dónde queremos afectar la vida de otros seres humanos, cómo queremos, como sociedad, enfrentar a quienes han cometido crímenes atroces, y cuáles son los límites de ello.
La pena de muerte es un caso extremo de trato cruel, inhumano y degradante, considerado por algunos como una tortura con resultado de muerte. Esto porque existe una tremenda desproporción, al ser una situación en donde el Estado, detentando el monopolio de la fuerza, acaba con todas las expectativas de un individuo; además, se trata de darle a conocer una fecha de muerte sin su consentimiento (algunos señalan, basados en un modelo de racionalidad no muy plausible, que lo presta al cometer el delito), inevitable y, muchas veces, alejada de las circunstancias “normales” de la muerte (como la enfermedad o la vejez). Todo esto es aplicado concientemente, es más, se desarrollan tecnologías para ello. Puede decirse analógicamente que se trata de un homicidio premeditado llevado a cabo por la comunidad, esto lo conecta directamente con la legislación, lugar donde se realiza esta premeditación.
Uno podría preguntarse si un sistema de justicia puede ser considerado “justo” si, al entrar los individuos a este, puede que nunca salgan con vida, más allá de todos los desarrollos personales que puedan hacer. Al parecer se aleja mucho de lo que consideramos “humano” y de las cosas aprendidas después de un siglo lleno de pena y muerte.


agosto 13, 2009

estrés en sociedad

Deportes de los santiaguinos: tocar la bocina, caminar por el Paseo Ahumada a gran velocidad (de preferencia, sin mirarse a los ojos), estar atrasados, trabajar 12 horas diarias, pensar que el vecino viene a quitarnos el puesto, ser conocidos como antìpaticos a nivel latinoaméricano...
Richard Wilkinson señala: "A menudo se ha podido comprobar que cuanto menor es el grado de desigualdad socioeconómica, tanto más saludable es la sociedad. En aquellas sociedades en que las diferencias en las rentas entre ricos y pobres son pequeñas, los índices de mortalidad tienden a ser más bajos y la gente vive más tiempo. Ello puede ser debido a que las sociedades más iguales son menos estresantes: las personas están predispuestas a confiar las unas de las otras y son menos hostiles y violentas unas con otras" (Las Desigualdades perjudican. Crítica 2001 p 12)

agosto 05, 2009

Los VIP, los BIP y los RIP

“El 1% quiere esto torcer,
el 9% tiene el poder,
de lo que queda el 50 solo come
y el resto se muere sin saber porqué”
León Gieco


Hace unos días, la derecha política y el gobierno acordaron solventar económicamente al Transantiago con fondos públicos en los próximos años. Se trata de una suma cercana a los cinco mil millones de dólares. Supe de esta noticia escuchando una radio en donde el comentarista señalaba que con esto se consagraba “la socialización de las deudas y la privatización de las utilidades” debido a que el dinero en cuestión va dirigido a los “empresarios del transporte” quienes tienen sus ganancias aseguradas por contrato. Al parecer esto es algo estructural a la forma de gobernar en Chile (a pesar de algunos cambios intentados por el actual gobierno), un país con un alto PIB per cápita dentro de la región, y una escandalosa desigualdad en la distribución de la riqueza.
Los urbanistas, y de paso los gobernantes, de las últimas décadas, ha
n estado generalmente concientes de la importancia del sistema de transporte para las ciudades, sobre todo cuando estás van creciendo, tanto cualitativa como cuantitativamente, ampliando sus funciones. El transporte está directamente relacionado con como se enfrentan, producen y reproducen las desigualdades dentro de una sociedad, determinando su personalidad. Influye directamente en la calidad de vida: en la posibilidad de acceder a trabajos, a hospitales, a relaciones familiares, así como de circular a toda hora en cualquier lugar, etc. Permite (que se evite) la existencia de lugares apartados de los centros urbanos, pudiendo unir o segregar a grupos de personas.

Por ello, es deber de las autoridades crear condicio
nes de igualdad para acceder al transporte. Así, en algunas ciudades se privilegia el uso del automóvil con la creación de carreteras y largas distancias entre los centros urbanos y los lugares habitacionales o los sectores industriales y fomentando la existencia de un vehículo por hogar por diferentes medios; en otras se privilegia el transporte público, abaratando los costos del mismo, creando pistas especiales para buses y prohibiendo el acceso de automóviles a lugares de relevancia para la ciudad. Respecto a esto, las políticas chilenas han sido bastante particulares, reproduciendo la desigualdad en la distribución de bienes que se vive en el país, esto se puede graficar, revisando a tres grupos de santiaguinos: los VIP, los BIP y los RIP.

LOS VIP
Años antes de pon
er en práctica el Transantiago, ya se habían empezado a construir una serie de carreteras concesionadas dentro de Santiago. En ellas se pueden recorrer grandes distancias en poco tiempo. Además, a ellas solo pueden acceder aquellas personas montadas en automóviles veloces que puedan pagar un peaje más caro que un pasaje en la locomoción colectiva (el promedio entre lo más barato y lo más costoso es de $ 1.237 -ver en www.costaneranorte.cl). Otro requisito que se debe cumplir es el de vivir en los barrios más ricos de la ciudad, pues, casualmente, estas carreteras urbanas unen aquellos barrios con el centro de la ciudad o el aeropuerto, logrando que sus usuarios no vean el triste espectáculo de la pobreza que hay entremedio, ni tengan que mezclarse con aquellos que viven los tacos.

LOS BIP

Paralelamente a estas carreteras, existe el sistema público de transporte, el Transantiago, que vino a reemplazar a las Micros amarillas, pero no a la existencia de un oligopolio de “empresarios del transporte”. Para acceder a este sistema basta con tener una tarjeta BIP cargada con $ 400 (o sea, por lo menos, se debe contar con $19.200 par
a ir y volver del trabajo mensualmente) y suerte. Eso si, la suerte depende del lugar al que se quiera viajar, si se quiere viajar a los barrios más ricos, los buses están en buen estado y pasan regularmente, si se quiere a barrios más pobres, el tiempo de espera aumenta junto con la cantidad de pasajeros por viaje, así como disminuye la calidad del bus.

LOS RIP

Para gran cantidad de personas el acceso al Transantiago es limitado y no existe una alternativa razonable. Hay gran cantidad de chilenos y extranjeros que no tienen un ingreso equivalente o mayor al sueldo mínimo o, simplemente, no tienen acc
eso al mercado laboral (parias, personas que han cumplido una condena de privación de libertad, indocumentados) o a una vivienda. También podemos pensar así de quienes tienen como único ingreso una pensión que no supera los $ 50.000 (en su mayoría personas de la tercera edad), así como quienes viven alejados del centro de la ciudad, en lugares donde no llega el Transantiago y deben pagar pasajes más caros en colectivos o microbuses, siempre cuando estos existan. Santiago es una ciudad donde están claramente delimitados los barrios pobres de los ricos, el centro de la periferia, lo que es fruto, en gran parte, de la políticas de “erradicación” del gobierno militar que no se ha buscado revertir. Esta particular distribución se aplica a diversos bienes importantes, no solo al dinero y al transporte, sino que también a la salud, la vivienda, la educación, la seguridad personal…

junio 04, 2009

Ley de Vile sobre el arte de hacer cola

Me gustaría comenzar estos comentarios sobre la ciudadanía, derechos y demases recordando el día que me inscribí para votar (si, porque en Chile hay que inscribirse para tener derecho a sufragio y, una vez inscrito, se está obligado a ejercerlo). Fue en el 2005 cuando tenía 22 años (es todo un tema el mío, soy un poco lento, aprendí a andar en bicicleta a los 18 años) por ningún motivo en especial, como buen joven chileno, no creo mucho en las elites políticas del país.
Recuerdo que fui entremedio de dos horas de clases al Registro Electoral de Santiago, comuna donde vivía en ese entonces. Es interesante lo que pasa en esa comuna, pues, por ser el centro histórico de la capital del país están inscritos en ella todas las “grandes figuras” de la política chilena (Lagos, Piñera, etc.), pero ninguna de esas figuras vive realmente allí, todos viven en Las Condes, Vitacura o la Dehesa, en el “barrio alto”, tranquilamente, sin mezclarse con la chusma (excepto, claro, día de las elecciones, donde todos los canales de televisión los esperan afuera del INSUCO), pero igualmente votan para elegir a los representantes y gobernantes de ella. La cosa es que cuando llegué había una cola de unas veinte personas, lo que significaba esperar alrededor de una hora (desincentivando aún más las ganas de inscribirse para votar), así que agarré el libro con el que andaba y me preparé a esperar.
Al rato llegan tres tipos vestidos con pantalones negros, camisa blanca y corbata, peinados con gel (el típico hombre happy hour), pasan junto a mi, y caminan por el lado de la fila en dirección a la oficina del Registro. Uno de ellos entra a ella (la oficina era pequeñísima, al parecer preparada para la ocasión), se escuchan unas risas y sale, los otros dos hacen una cola (paralela a la original) afuera de la puerta y van pasando de a uno. La cosa es que se inscribieron antes que todos los demás que estábamos haciendo la fila de hace rato (recuerdo una pareja que andaba con un bebé a los cuales no les permitieron pasar antes). Realmente me indignó en ese momento ver como, incluso cuando uno va a inscribirse para votar, para ejercer el derecho más simbólicamente democrático (si, el famoso voto igual), el amiguismo y el favoritismo salen victoriosos, hoy en día lo veo con humor. Cero cabida a la igualdad. Así en Chile, cuando uno hace una cola, el de adelante está a la defensiva esperando a que intentes quitarle el puesto, mientras ve como llegan amigos del que atiende y pasan.
Algo parecido me pasó hace unos días. La Corte Interamericana sesionaba en Santiago, en el edificio del antiguo Congreso Nacional. Días antes entré a la página web de la Corte y me inscribí llenando un formulario de acceso público (que esta disponible cada vez que la Corte sesiona, por lo que he podio ver). Me llegó un mail con la invitación, la cual debía imprimir y presentar al entrar a la audiencia. En fin, hice todos esos trámites, iba por calle Compañía con mi invitación en el morral y al llegar veo una inmensa fila de personas de manera "formal" (ternos y vestidos). Al acercarme vi a dos amigos de la universidad, las únicas dos personas aparte de mí que no estaban vestidas de traje. Me acerqué a ellos y me contaron que estaban ahí hace un rato y no los habían dejado entrar, pero sí habían permitido el acceso a unas treinta personas “formales” que habían llegado después de ellos, pero que venían con un “profesor” de no sé cuál Universidad. El carabinero de la puerta ni se inmutaba ante las preguntas que les hacíamos. Después nos dijo que fuéramos a la otra entrada, donde seguro nos dejaban entrar.
Caminamos rápidamente, pues la audiencia estaba por empezar y, al llegar, un carabinero estaba cerrando la puerta para cerrar paso, puerta que recientemente había abierto para dejar entrar a un hombre mayor que nosotros que andaba de terno y que no había mostrado invitación. Nos dijeron que no podíamos entrar si no mostrábamos identificación. Todo esto mientras entraban otras personas que venían de la Universidad Arcis (salió alguien desde a dentro a reconocerlos –“este, este y este pueden entrar”). En ese momento descubrimos que había que estar en una lista de alguna de las universidades para poder ingresar. Finalmente, después de una espera más o menos tensa, llegó un carabinero de mayor rango que, ante nuestros alegatos de discriminación, nos dejó entrar. Hasta el momento éramos las únicas personas, de las que yo había visto, que andaban con la invitación impresa.
Al llegar al hall del edificio, mostramos nuestras invitaciones y nos dijeron que no estábamos en las listas. Le dije a la persona que atendía que ya en la entrada al edificio habíamos sido víctimas de una discriminación por edad, por vestimenta y por no pertenecer a una institución. Ella quedó un poco confundida ante mis palabras (“derechos”, “discriminación”, - lo prometo, dichas con calma) y me dijo que la organización no sabía que existía el sistema de inscripción pública de la Corte, claro, en Chile solo se puede llegar al final de una cola estando en una lista o siendo amigo del que atiende. Ni siquiera la inscripción al Registro Electoral, ni una audiencia de la Corte Interamericana se salvan.
(a Cona y Pablo)