mayo 29, 2011

Acuerdo de vida en común: Reconocer sin reconocer (y algo sobre argumentos)

Aparentemente el gobierno está tratando de reducir el proyecto de “acuerdo de vida en común” a un asunto meramente patrimonial, quitándole cualquier atisbo de reconocimiento de la legimitidad de las relaciones afectivas entre personas del mismo sexo. Esto ha provocado críticas desde ambos extremos del espectro de posiciones en disputa. Por un lado, se observa que “el intento de hacer pasar la regulación de las parejas de hecho como un asunto meramente patrimonial, sin la carga de legitimación de las relaciones sexuales, es una forma de autoengaño”. Y esto parece correcto; es indudable que las “uniones civiles”, AVC, y demás propuestas buscan otorgar algún reconocimiento a las relaciones homosexuales sin llegar a reconocer como igualmente legítimas que las relaciones heterosexuales. La idea es reconocerlas como no tan legítimas. O, más derechamente, reconocerlas como menos legítimas. Esto es, desde luego, en prinicipio inaceptable, pero sería al menos un avance y por ello parece estratégicamente sensato. (Las luchas contra la discriminación sexual contra las mujeres y contra la discriminación racial podrían ser evidencia de ello).

Precisamente porque el reconocimiento de la legitimidad de las relaciones homosexuales es el principal objetivo de las distintas propuestas es que están justificados quienes, desde el otro lado, se indignan ante los esfuerzos del gobierno por cuadrar el círculo.

Y aprovechando el tema, un comentario sobre la idea de que los argumentos en contra del matrimonio homosexual son una de dos: o religiosos o lingüísticos. En la práctica parece ser así. Al pedir las razones por las cuales alguien se opone al matrimonio homosexual uno suele toparse con quienes esgrimen una pseduo-referencia biblíca (“Dios creó un hombre y una mujer, no dos hombres”), como si eso fuera un argumento (y como si la interpretación de los textos sagrados solo diera respuestas sin generar más disputas precisamente acerca de la mejor interpretación de esos textos). Y otras veces el argumento se reduce a que eso no sería un “verdadero” matrimonio. Pero hay formas de ser más caritativos como ambas estrategias.

Respecto de los argumentos religiosos, no soy de los cree que un texto sagrado no pueda proveer ninguna lección o argumento a ateos, agnósticos, deístas, y devotos de otros textos sagrados. Al menos en principio. Frente al católico-a-la-chilena que apela a la diferencia de sexo de los habitantes del Edén yo prefiero pedir que desarrollen el argumento. En la práctica no lleva a mucho. Encontrar el pasaje correspondiente no es muy difícil (está bien al comienzo), pero desarrollar un argumento a partir de él es más complejo. Es lamentable que casi siempre este ejercicio sea frustrante, pero no debe llevarnos a concluir que es en principio inútil, como si los creyentes no tuvieran razones para defender sus creencias.

En cuanto a los argumentos lingüísticos, son desde luego pueriles. Pero, nuevamente, en la práctica no son más que pseudo-argumentos. En principio se podría defender con razones. En principio se podría presentar algún argumento iusnaturalista, que apele a la naturaleza humana, a la Ley Natural, a los bienes humanos, a los fines del matrimonio, etc., y concluir que el matrimonio heterosexual es verdadero matrimonio y el homosexual solo una corrupción de aquel (así como lex iniusta non est lex). Pero nadie hace esto fuera de los foros académicos. La gente de a pie sigue creyendo (en algún sentido) en la conclusiones de los argumentos, pero no tienen idea de las razones que sustentan esas creencias. (Digo “en algún sentido” porque creer sin razones no parece propiamente una creencia sino una corrupción de ello, un prejuicio, un mal hábito mental). Al no tener acceso a las razones detrás de sus creencias, se quedan con el slogan. “El matriomonio homosexual no es verdadero matrimonio”. Y puesto así, en efecto el argumento parece trivialmente lingüístico.

Para concluir, otro signo de que las creencias de los conservadores han ido alejándose de las razones que las sustentan es que los argumentos que apelan a los bienes que supuestamente solo el matrimonio puede proveer en la práctica han devenido en argumentos consecuencialistas acerca del bienestar material y psicológico de los hijos. Lo que por lo demás no es lamentable, puesto la evidencia empírica habla ampliamente a favor del matrimonio homosexual.

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A propósito de argumentos lingüísticos, este por último es ingenioso:



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